“No me hacen caso. Me insultan. Yo quiero ser
blanca. No me gusta mi piel. Nadie me quiere así”. (Niña 14 años)
Un revés
en el despuntar de su estrella
trastocó en opcional el destino.
Fue india de cuna hacinada
sobrevivió en el lar de los abandonos:
sin la caricia que besa,
sin el arrullo que templa el abrazo,
sin la paz sosegada del pezón.
Padres dispuestos a acuñar su estirpe
en el nido que teje el lujo,
la dejaron sin raíces
hasta nacerla de nuevo.
Ahora es la joven de cuerpo sinuoso
donde madruga el bello rasgo oriental.
Y otro clavo del destino:
la piel cetrina que inventa el rechazo.
Lo siente como daga invisible
que le lanzan todos los ojos.
Lenta cae una lágrima
hasta doblar la esquina:
“¿Por qué estos brazos color mugriento?
Soy cucaracha entre mariposas.
Quiero ser blanca, como de aquí”.
Abraza
esa piel macerada en sol.
Te esculpieron como diosa de dos mundos,
llevas
dentro un mosaico de azahar.
Si
miras en el fondo de tu espejo
con
certeza
un caballito de mar
viene
nadando
en tu futuro.
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