Regresó de las nubes,
la puerta se abrió con el
frío.
Él, sin una losa que
ofrecerle.
Ella, sin ángulo
donde apoyar los pies.
En cada suspiro los
labios
y no había boca.
La piel abierta
y no se moldeaba la caricia.
Ola de lava
y no se derramó en el
abrazo.
Las palabras ardían,
era brasa por dentro.
Ya muda aún le gritaba al
mar.
Y se sintió volátil,
como una chispa al vuelo del
aire,
que evapora la sal de la
lágrima
y cae feliz sobre su ataúd.
Libre entre las luciérnagas,
amándose en el fuego
y al fin juntos ser ceniza.
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