Cómo hablo del mar si no digo olas,
sus rizos blancos sobre el
cielo,
rítmica aguada
que satura los ojos de
acuarela.
Cómo decir mar sin nombrar la
tarde,
de rosas la retina
cuando el sol mece la luz en
las nubes,
duele dulce su adiós.
No digo mar si no hay amanecer,
ese desnudo de la noche,
a toda luz su cuerpo de alba
y la mirada trasnochando
azules.
No hay mar si miro al
acantilado,
cincel de agua y de tiempo
que esculpió esa galería de
cíclopes,
catedrales sin dios.
Y si cierro los ojos
la voz me habla de una marea viva,
los pies caen sin arena de
apoyo,
el abrazo ancla y lleva al
vértigo.
Esa es ya otra palabra:
verbo y título
bajo esa bóveda de cielo y
piedra.
Allí perdió su nombre el mar.
El mar, la mar... siempre inspirando. Bello poema.
ResponderEliminarGracias, Ángeles. Siempre me animas. Un beso.
ResponderEliminarPrecioso, Ana, ya conoces mi pasión por el mar. Un beso.
ResponderEliminarGracias, María. Un abrazo.
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