Toman las veletas de las torres,
luchan a garra partida con el viento,
imponen sus propios puntos cardinales.
En un estrecho límite de parpadeos
se aposentan en la noche,
instauran su barullo de nidos
sobre la sombra húmeda de la almohada.
Gorjean en alocado ir y venir,
rozan los pasillos de mi frente.
Distingo sus curvas miradas de témpano
que en un constante y lento gotear
están cincelando los nuevos rasgos.
Son esos desnudos pájaros del frío
que el tiempo encierra en nuestras hechuras.
Por las sendas del pasado caminan a su antojo
agrandan los patrones desgastados del miedo.
A veces
picotean a destiempo las entrañas
con tan irreverente daltonismo
que no distinguen el rojo del gris.
Sus picos afilados quieren penetrarme,
libar en cualquier rincón.
Son esos pájaros de hielo que se ciegan a la luz.
El alba los enreda en los bajos de las
esquinas
cuando el sol viene presto a poseer las
ventanas.
Si las noches se afanan en ofrecer sus lunas
negras,
la memoria de la tarde nos escribirá el mismo
relato.